domingo, 5 de noviembre de 2023

                

                                                                                                                                                                                                               








Pastel. Enero 2003.

Reportaje sobre Marruecos, publicado en la revista Altaïr.
Las fotografías de esta revista suelen ser magníficas. En su momento me tomé la libertad de usar alguna, como modelo, para mis dibujos.
En este caso, hice este pastel a partir de una foto de Juan Marcos Molina.



   

miércoles, 25 de octubre de 2023


 Caso cerrado

Marta lo tenía todo: había nacido entre algodones, en una familia estupenda y acomodada; había crecido a golpe de días felices; gozaba de un círculo de amigos de su misma tesitura y vivía en una casa magnífica, con todas las comodidades que se le presupone a la clase pudiente.


La noche de su cumpleaños, cuando había apagado las velas y le habían cantado el ¨cumpleaños feliz¨; después de haber abierto todos los regalos de amigos y familiares; cuando la fiesta estaba en su momento más álgido; cuando todos bailaban y cantaban, ella sentía que le faltaba el aire, que de alguna manera tenia que salir al jardín, pero quería hacerlo sola, y eso, era bien difícil siendo la protagonista, no quería dar explicaciones ni tampoco ofenderlos.
Esperó el momento a que el ambiente se calmara, y con el pretexto de ir a la cocina, salió por la puerta trasera de la enorme casa y se adentró en el no menos enorme jardín.
Se perdió entre los árboles que rodeaban la piscina, se sentó apoyada en uno de ellos; aspiró tranquilamente, sin saber por qué sintió de repente esas ganas de huir, de quedarse a solas en mitad de esa noche tan especial, aunque fuera un momento.
Cuando calculó que se iba notar su falta, y aunque sin saber por qué, lo que quería era seguir allí bajo el cielo estrellado, regresó a la fiesta, recogió unas hojas de hierbabuena para tés fríos y así excusar su salida.
Antes, los únicos que se dieron cuenta de su ausencia, fueron su madre y el chico con el que compartía algo más que una amistad, y que, era el que más éxito tenía entre las chicas: ¨el más guapo del baile.¨
Salió al jardín también, pero por la puerta principal, y por mucho que la llamó y la buscó no obtuvo ninguna respuesta; entró de nuevo en la casa y esperó que apareciera.
Cuando ella volvió con la hierbabuena, dieron por válida esa extraña salida.
La noche transcurría según lo planeado: risas, música, baile y alegría.
Pasó el tiempo y la algarabía se fue calmando, algunos invitados comenzaron a despedirse entre carantoñas y besos; antes de las dos de la madrugada se fueron los últimos. La fiesta había comenzado a las ocho de la tarde.
La velada había terminado.
Aún entre charlas y risas, pusieron un poco de orden en el salón y dejaron la mayor parte para el servicio que vendría por la mañana temprano. Al rato, sus padres y sus dos hermanos, se despidieron de ella, con un beso y un hasta mañana, mientras Marta comenzó a envolver de nuevo los regalos. Todos se fueron a la cama, con ese cansancio feliz de haberlo pasado muy bien.
Ya en su habitación, esperó el tiempo suficiente para que la casa, con su silencio reposado, le avisara que todos dormían. 
Eran las 3 de la madrugada, bajó las escaleras con mucho cuidado para no despertar a nadie y salió al jardín. 
Anduvo despacio, descalza sobre el césped, sintiendo bajo sus pies la caricia de la hierba en una magnífica noche de verano. 
Se tumbó boca arriba, respiró pausadamente mientras se abandonaba en los brazos de una noche silenciosa, en un momento único e inexplicable. Sentía profunda y lentamente el sutil movimiento de las estrellas frente a sus ojos; algo en su interior se desplazaba al compás sincronizado del universo, y no tenía ninguna duda de que ella formaba parte de aquel paisaje de luz y oscuridad.
Era tan fuerte, y al mismo tiempo tan dulce la sensación que la inundaba, que no pudo evitar ni quiso las delgadas lágrimas que se deslizaban por sus sienes.
No podía controlar nada de lo que estaba sucediendo, y sin embargo no solo no le importaba, sino que lo estaba disfrutando. 
No le podía poner palabras, ni tampoco hacía falta, lo único que deseaba, era dejarse llevar por aquella enigmática, placentera e indescriptible fuerza que la atraía hacia arriba.
Nunca había sentido nada igual. Cerró los ojos y, lo que hubiera sido una sorpresa no lo fue: veía el mismo paisaje que cuando los tenía abiertos. Ahora, con más intensidad si cabe.
Finalmente, se dejó llevar feliz y sin miedo alguno, hacia donde sólo ella podía saberlo. 


A unos cuantos metros, entre las cortinas de una de las ventanas, la madre la había observado, antes de irse a la cama. Fue ayer mismo y a estas horas de la madrugada, cuando la acunaba entre sus brazos hasta que se dormía. Habían pasado 18 años.
Cuando se fue a dormir, lo hizo con la certeza de que allí no corría ningún peligro; vivían en una urbanización rodeados de casas enormes y carísimas, como la suya. Tenían vigilancia las 24 horas del día, no sólo en la puerta, sino que además había guardias de seguridad rondando constantemente. 
Se acostó junto a su marido, respiró hondo y pausado antes de dormirse plácidamente.
A la mañana siguiente, sobre las 9 fueron apareciendo todos por la cocina, donde se reunían a desayunar; donde todo estaba ya preparado por las chicas que trabajaban en la casa. 
Mientras daban cuenta de un buen desayuno, iban saliendo cosas ocurridas la noche anterior. Entre risas, recordaban diferentes historias de los amigos y los personajes que estuvieron esa noche.
Cuando estaban en ésas, el padre preguntó por su hija, era raro que no estuviera allí con ellos. La madre le dijo que quizá se habría quedado un poco más en la cama, estaba muy cansada por los días de preparación de su cumpleaños.
Pasó media hora aproximadamente, sus hermanos terminaron de desayunar y se fueron; la madre le dijo a una de las chicas que fuera a despertar a su hija.
Desde la cocina el padre y la madre oían cómo llamaba  a la puerta de la habitación una y otra vez diciendo su nombre: Marta, Marta, el desayuno.
La chica bajó diciendo lo que ya sabían, Marta no le había respondió.
La madre, se acordó de la noche anterior; una sacudida la hizo levantarse de la silla, subió de prisa hacia la habitación de su hija y abrió la puerta, la cama estaba hecha, allí no había dormido nadie. 
Bajó corriendo hacia el jardín, fue hasta el sitio donde la vio por última vez, no estaba ni su silueta.
 
En poco tiempo, todos estaban buscando a Marta por la urbanización. Se corrió la voz y se unieron los vecinos, incluidos los que estuvieron en la fiesta de su cumpleaños. 
Los encargados de seguridad, les dijeron a la familia que esa noche no había sucedido nada anormal.
Cuando dieron parte a la policía, esta les aconsejó que sería conveniente avisar a la prensa, para que la búsqueda se ampliara lo máximo posible. 
Como es lógico, un ejercito de periodistas acampó frente a la casa, no sólo estaban atentos a lo que entraba y salía, sino que además, algunos pululaban por la urbanización en busca de la exclusiva de turno
La historia tuvo tanta repercusión, que no tardaron mucho en recibir alguna llamada, diciendo que sabían algo sobre el asunto.
La más preocupante de todas fue una que decía que la tenían secuestrada, y que por una cantidad, muy superior a la recompensa, la soltarían.
Un periodista muy listo, se enteró de la noticia; al día siguiente estaba en primera plana.
La policía, que tenía intervenido los teléfonos, localizó la llamada y en poco tiempo detuvieron a los  falsos secuestradores.
La madre, aun dentro de la angustiosa idea del secuestro, lo hubiera preferido, pagando el rescate la tendría con ella. Ahora de nuevo, sólo tenía su ausencia.
Los días pasaban y nada se sabía de Marta. Todos en la casa continuaron con sus vidas por pura inercia; a pesar del dolor, había que seguir adelante.
 
La  mujer que le dio la vida, fue también al última persona que la vio vivir. Recuerda una y otra vez, cuando se fue a la cama: la dejó allí tumbada, mirando las estrellas; pensó y sintió que todo estaba en su sitio, no le pedía más al destino, el mismo que ahora le desgarraba el alma hasta los huesos. 
Ahora, cada día sin noticias de su hija, era una esquirla que se le clavaba en el corazón, pero, no le quedaba otra que disimularlo. Tenía que cuidar de los suyos, así como notaba que ellos también se desvivían por hacerle la vida más fácil.
Pasó el tiempo suficiente como para que la policía diera el caso por cerrado, no había ni un solo indicio de cómo sucedió la desaparición. Fue un hecho inmaculado: ni el lugar ni la causa, ni el tiempo, nada arrojaba ninguna mínima pista sobre el suceso.
Los años hicieron su trabajo, y los hermanos, siguiendo la estela de una familia clásica, también se casaron y tuvieron sus hijos. No fue milagroso, pero en parte, este hecho sí les endulzó la existencia a los abuelos. 
Entre los cinco nietos de los dos hijos, había nacido una niña, que tenía cierto parecido, con la que hubiera sido su tía Marta.
A medida que iba creciendo, los ojos y la manera de mirar, recordaban en cierta manera a su tía desaparecida. Para la abuela, claro está, era el vivo retrato de su hija. 
No obstante, la mujer casi sin proponérselo, todas las noches antes de irse a dormir, desde la inexplicable desaparición, se asomaba a la ventana de su habitación, desde donde la vio por última vez y se quedaba un rato mirando el lugar. En ocasiones, estaba tanto tiempo pegada al cristal, que a veces el marido se despertaba y se acercaba también la ventana, para llevarla con toda la delicadeza de la que era capaz a la cama.
Pasaron unos cuantos años más, el que fue su compañero durante tanto tiempo, con el que había compartido su existencia, en lo bueno y lo malo, se fue también al lugar de nunca jamás. Se le paró el corazón sin previo aviso, como a los relojes viejos y antiguos a los que se le rompe la cuerda.
Después de esto, los hijos insistieron en que se fuera vivir con uno de ellos; que no se quedara en una casa tan grande ni viviera tan sola. Le propusieron que la vendiera, ella se negó rotundamente, su vida entera estaba allí.
Les dijo que se encontraba bien en esa casa; que fueran a verla cuando quisieran, sobre todo ¨Martita¨, su nieta preferida, la que ya era casi una adolescente.
De las dos mujeres que trabajaban cuidándola y manteniendo la casa, una vivía allí desde los tiempos en que Marta era aún pequeña, era una más de la familia. La otra, más joven, entró mucho más tarde, pero también vivía en la casa.
Las dos sabían ya de la costumbre que tenía la señora: acercarse al cristal de la ventana de su cuarto a mirar antes de acostarse. Para ella, nada se había cerrado.
Con la edad se fue acentuando, de tal manera que una de esas noches quiso acercar un sillón del cuarto hasta la ventana, pero ya no podía. Al día siguiente, en el desayuno, comentó en la cocina lo que pretendía; esa noche estaba el sillón al lado de la ventana, desde donde se veía el sitio. 
Desde entonces se sentaba todas las noches en el sillón. A veces llegaba el amanecer y se despertaba allí sentada; se levantaba con mucho trabajo e iba hasta la cama para tratar de dormir un poco más. Cuando se incorporaba y mientras alcanzaba aquello que cada vez parecía estar más lejos, ya comenzaba a dudar si le dolían más los huesos o sus recuerdos.


Una noche de verano, en el aniversario de la misma en la que sucedió todo, al rato de estar sentada con la ventana abierta, en ese duermevela que ya era habitual, creyó ver algo en el lugar al que siempre miraba. Entreabrió los ojos, no sabía si estaba soñando o era una realidad: la silueta de su hija estaba tumbada en el mismo lugar donde la vio por última vez. No era una imagen clara, pero era ella. Lejos de sorprenderse, lo aceptó como algo normal, además el reloj marcaba la misma hora. Sin poder controlar lo que hacía, igual que Marta aquella noche, se dejó llevar, cerró los ojos con su imagen, ahora sí, nítida e intacta, y con esa felicidad que creía ya perdida para siempre, se fue quedando dormida lenta y profundamente. Antes de entrar en el mundo de los sueños, sintió un leve roce en su frente, un suave beso de buenas noches y un susurro que le decía: todo está bien mamá.


A la mañana siguiente, entró en la habitación, con mucho cuidado, la mujer que la había cuidado todos estos años, y la que, se había convertido en su mejor amiga y confidente. La encontró en el sillón con una leve sonrisa, y una expresión de felicidad irremediable para siempre. Por la ventana, que seguía abierta, entraba una suave brisa con olor a hierbabuena. 
Ahora sí, todo había concluido, ahora era un caso cerrado.




martes, 21 de febrero de 2023



Qué raro.

Cuando nació esta canción, la guerra de Irak ya era mayor de edad. Como es lógico en estos casos, el bagaje habitual es un número de muertos considerable, entre los que no se encuentran los que la provocan.

Bush, Blair y Aznar, (el Trío de las Azores) repitieron hasta la saciedad ese lúgubre estribillo de ¨las armas de destrucción masiva¨. Cuando esa burda mentira no aguantó más, ninguno de ellos se disculpó. Aquí, ¨José Mari¨, ese gran megalómano, encantado de haberse conocido a sí mismo, y el más dicharachero de los tres, no sólo no se disculpó (hasta ahí podíamos llegar), sino que tiró de su chulería acostumbrada para justificarse.

En fin, en ese contexto hice esta canción.

Disco ¨Caminar¨ de 2011.

¨Yo que soy portador del virus de la utopía,

Quiero pensar que algún día

florecerá la razón¨.

martes, 1 de septiembre de 2020

Extraña primavera


Este tema nació entre canciones, como otros instrumentales que hice. Cuando no me apetece utilizar palabras o no las encuentro, le sigo el hilo a lo intangible y, aparte de pasarlo igual de bien, a veces sale alguna cosa
Tiene unos añitos, formaba parte de un disco instrumental que nunca grabé: ¨Reflexiones de un autómata¨. Este título lo utilicé para mi blog.
La fotografía de la supuesta portada la colgué en Mayo del año pasado en Instagram, su pie de foto es: ¨Colección para una extraña primavera¨ 
Lo grabé en 2018. A final de 2019, mientras me pensaba si hacerle un vídeo, apareció 2020 y llegó lo que llegó. Así que grabé todo lo que pude desde mi balcón, algunas tomas después del confinamiento. Lo hice con móvil, tablet, a veces con la cámara; casi siempre a bote pronto, y eso, se nota en la calidad de algunas imágenes.
Por otro lado, recurrí a ciertas amistades que suelen grabar con sus móviles todo lo que se mueve, aparte de que ellos sí se podían mover.
Algunas secuencias las pude utilizar, otras no.
Agradecido a todos los que quisieron contribuir.
En fin, con este vídeo me reafirmo en la idea de que lo importante es contar algo, contar historias, no importa de qué manera. El límite te lo pones tú mismo.
Colaboraciones: Juan Hernández, Ana Esteban, Noemi Rodríguez.

martes, 14 de abril de 2020

Al filo de la madrugada


Este silencio me suena.
A saber dónde está el refugio del que sale todas las noches y se pasea como dueño y señor de las calles vacías. Es un silencio antiguo, limpio, sosegado y extraño, para esta ciudad.
Por otro lado, pensar que es el miedo quien le facilitó el camino para sus paseos nocturnos, no es anormal, ya tienen los dos un largo historial de acuerdos y desacuerdos; de batallas perdidas, ganadas, y también consensuadas por ambas partes.
Pero puestos a imaginar, no sería descabellado, que este silencio tan sonoro, fuera la punta de lanza de un ajuste de cuentas. Hace mucho tiempo que le venimos apretando las clavijas a esta tierra que tanto nos da; que vamos desmantelando con saña y total falta de escrúpulos, la magnífica arquitectura de la naturaleza, como si no formáramos parte de ella. No sería de extrañar que, con el arma más diminuta, nos desmantelara ella a nosotros: un toque de atención, con la sutileza propia de lo intangible.
Sé que esto no es muy científico , que se aleja de todo conocimiento empírico, pero como forma parte de mi oficio contar historias, esta situación es bastante golosa; de hecho la ciencia ficción se anticipó y de que manera. Ahora lo que ocurre es que nosotros somos los ¨protagonostias¨ de esta película. Nada más y nada menos.
Mientras tanto, y a pesar de los pesares, bienvenido sea el silencio que mece las horas al filo de la madrugada.
Aunque sea un contrasentido, espero que sea un placer con los días contados…afortunadamente.

J. A. Muriel

martes, 18 de julio de 2017

Antonio Mata


  


Antonio Mata se diferenciaba del resto de sus
colegas en el sentido poético y en la calidad de
sus textos. Tuve el placer y el privilegio de
compartir con él carretera, escenario y unas
cuantas noches de charla y risa. Se podía
disfrutar de su humor socarrón y su renuncia
intacta a la tristeza; cosa que contrastaba
totalmente con esa honda poesía con la que
alimentaba sus canciones.
La última vez que nos vimos fue en ̈LaTertulia
de Granada, donde hizo una magnífica y
cariñosa presentación –junto a Juan de Loxa-
antes de mi concierto. Quedamos en que
teníamos que hacer una canción juntos, pero
eso no llegó a suceder; no quiso el destino que
nos cruzáramos de nuevo.
Ahora, con esta iniciativa de Fernando Lucini,
los que lo conocimos tenemos la oportunidad
de reivindicar su memoria y su poesía para que
no sean pasto del olvido; para que su obra
llegue a quien no la conocía o que la recuerden
los que la olvidaron.
Una magnífica ocasión para que su voz poética y andaluza, ocupe el lugar que a él le hubiera gustado.

La página en Facebook se llama: ¨Con Antonio Mata¨.
https://www.facebook.com/search/top/?q=con%20antonio%20mata

domingo, 8 de enero de 2017

Se me fue la pinza

                               
                                
                  El beso de madera 

                                                              

La playa de Tarifa, la del paseo, está a unos 200 metros de la casa de unos amigos donde, cada cierto tiempo, me dan cobijo y amistad.
Acababa de llegar de esa playa con mi cámara de fotos bien alimentada de luz, paisaje y atardecer.
En la casa no había nadie. Por la ventana, desde donde se ve Marruecos y parte del mar que lo separa de la península, entraba el rescoldo del último suspiro de un atardecer de Septiembre.
Me senté en una especie de taburete de patas muy cortas, pero de agradable asiento, que está pegado a la pared que le sirve de respaldo. Sobre la amplia mesa del salón, delante de mí, estaba la bandeja de madera tallada donde se mezclaban llaves, algún cargador de móvil y objetos de distinto pelaje y uso diario.
Era un buen momento, había tranquilidad y yo tenía ese plácido y suave cansancio que te procura caminar frente al rompeolas.
Encendí la cámara y cuando me disponía a repasar el muestrario de paisajes que traía, me llamó la atención algo tan anodino y usual como es una pinza de la ropa.
Lo único que estaba fuera de esa bandeja era esa pinza gastada, vieja y descolorida que contrastaba con el brillo y el color intacto de la mesa de teca.
Le hice una foto tal cual estaba, tendida sobre la mesa. Después la puse de pie y le hice algunas fotos más; pero,
al mirarla detenidamente, vi una pequeña escultura cuyas piezas de perfil y enfrentadas una a la otra, parecían besarse. Incluso la prolongación hacia arriba del muelle, rodeaba por una imaginaria cintura a ambas piezas. Bien podía llamarse ¨El beso de madera¨.

A partir de ahí, no la veía como una sola pieza, eran dos condenadas a entenderse.
Sólo comencé a verla como lo que era en realidad, cuando su color blanquecino (canoso) y su muelle oxidado me contaban que esa pinza llevaba mucho tiempo en esa casa.
En muchas ocasiones, cuando se interrumpía ¨el beso de madera¨, era para luchar contra la fuerza del aire tarifeño; ese que lima las esquinas, aulla en las rendijas y rasga las sábanas antiguas.
Puesta ahí ¨de pie¨ delante de mí, parecía decirme que estaba cansada y que esperaría la ventolera más furibunda para aflojar y dejar que se la llevara hacia el estrecho y flotar hasta desaparecer entre los atunes, donde naufragan las pateras.

En esas estaba cuando oí que abrían la puerta de la calle y entraban mis amigos. Nos saludamos y fui al cuarto a guardar la cámara, mientras tanto, me preguntaron  por la fotos de la playa; les comenté que no se dio mal, que ya se las ensañaría.
Cuando volví al salón, ya no estaba la pinza; era probable que la hubieran puesto en la cesta con las demás.
Ya era casi la hora de la cena, y mientras poníamos mantel y cubiertos, pensaba en una frase muy popular, que a veces utilizamos y que está de moda: ¨Se me fue la pinza¨.

Nunca fue tan literal.

viernes, 9 de diciembre de 2016

sábado, 29 de octubre de 2016

Huérfano de labios

                                          Foto: J. A. Muriel
                           

martes, 10 de mayo de 2016

Caminar






                     
Sólo quería hacer una canción para pasar el rato.
A principio de los 80, de entre todos los temas que compuse apareció éste. No era de los mejores, pero se dejaba tocar.
Con el paso del tiempo, se acomodó en ese lugar donde habitan las canciones de clase media; las menos brillantes y de escaso protagonismo, pero en ocasiones, las más recurrentes.
Suelo tocarla al comienzo de un ¨recital¨  (bonita palabra ya en desuso), como aperitivo para decir buenas noches de manera tranquila.
Es también un apunte, un esbozo; una breve declaración de intenciones.
A veces en mitad de un concierto cuando nos apetece   blusear, flirteamos con toda la  complicidad que nos dan 35 años de convivencia. Por otro lado, al respetable, le suele gustar este  coqueteo entre canción y cantante.
No todas lo consiguen, sólo las que vienen de buena cepa; de un buen año de siembra y cosecha.
Es placentero dejarse llevar por la inercia del balanceo de una canción que, después de tantos conciertos, noches y escenarios, descubres que la hiciste tú. La descubres y la aprecias en lo que vale, cuando te sorprendes a ti mismo jugando con sus acordes en la intimidad de tu casa; improvisando sin tiempo ni medida, y sin dejar de ser aquella canción sin pretensiones que una vez escribiste para pasar el rato

                                                                                                                                            ...