domingo, 24 de agosto de 2014

La canción del artesano




                                    
                                                       Video Juan Gamero


En una conversación de bar por la noche, me decía un chaval de unos 22 años aproximadamente, que la canción como forma de expresión ya no tenía mucho futuro.
Las canciones -me decía- tienen fecha de caducidad porque ya no dan más de sí.

Según él, estaba clarísimo que el rap era el sustituto por derecho propio de la canción; no tenía ninguna duda de que la cultura del hip hop acabaría con la tradicional manera de contar historias.
El número de canciones que se han hecho hasta la fecha es incalculable, y saber cuántas de ellas son más o menos originales es imposible.
Se han repetido secuencias de acordes, armonías y ritmos hasta la saciedad; se han copiado patrones enteros de un tema para cambiar después la melodía y que parezca original (los músicos de la publicidad son expertos en este terreno); y se han vendido muchísimos discos con canciones de mucho calado, que vienen de la fotocopiadora interior de músicos con talento pero, necesitados de una horma bien medida para hacer luego una recreación y transformar una canción en otra. En otras palabras: hay quien es un chapucero hasta para plagiar y, hay también quien es un maestro o maestra del plagio.
Precisar si es lícito o no, daría para muchas horas de tertulia y discusión, porque habría que tener en cuenta no sólo el resultado, sino la manera y la posibilidad de la coincidencia. 


El rap y la canción se nutren de la calle, por donde pasa la vida a diario; se alimentan también de los sentimientos y, según se tercie, son magníficas armas cargadas de rebeldía contra todo lo establecido, contra el poder, la oligarquía y el rodillo del estado.

El primero suele ser una ametralladora de palabras rimadas con más o menos fortuna. A mí no me emociona en absoluto, pero a veces he pegado la oreja porque hay gente que lo cuenta muy bien, aunque eche de menos cierta pausa.
El buen rapero ha de tener talento para la rima, sentido del ritmo y verbo fácil para contar. El rap no necesita melodía, y ésta, es la gran diferencia con la canción.
Una canción no puede existir sin una melodía, sea la que sea: triste, alegre, agresiva, lacónica, insustancial e incluso disfrazada de pregón, de perorata o prédica que abandona y retoma la entonación según convenga.

Dylan hace esto último de maravilla; sale y entra en el tono de tal manera que no sabes dónde está la frontera entre cantar y contar hablando. ̈Joey ̈, una canción que forma parte de ese magnífico disco que es ̈Desire ̈, es el ejemplo perfecto. 

Así que, volviendo al principio: Mientras exista alguien con la imaginación y el talento necesarios para contar de manera diferente al resto, una historia vestida con acordes y al hilo de una melodía, la canción seguirá viva.

Si no hubiéramos coincidido esa noche el ̈mushasho ̈ rapero y un servidor, ̈La canción del artesano ̈ no habría existido, la compuse a raíz de esa conversación. Por lo tanto, de alguna manera le debo cierta gratitud. 

PD: El vídeo, con su correspondiente montaje, lo hizo Juan Gamero y pertence al concierto que di en el teatro Echegaray de Málaga cuando presenté mi disco ̈Caminar ̈ en Octubre de 2011.

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