Sólo quería hacer una canción
para pasar el rato.
A principio de los 80, de
entre todos los temas que compuse apareció éste. No era de los mejores, pero se
dejaba tocar.
Con el paso del tiempo, se
acomodó en ese lugar donde habitan las canciones de clase media; las menos
brillantes y de escaso protagonismo, pero en ocasiones, las más recurrentes.
Suelo tocarla al comienzo de
un ¨recital¨ (bonita palabra ya en
desuso), como aperitivo para decir buenas noches de manera tranquila.
Es también un apunte, un
esbozo; una breve declaración de intenciones.
A veces en mitad de un
concierto cuando nos apetece blusear,
flirteamos con toda la complicidad que
nos dan 35 años de convivencia. Por otro lado, al respetable, le suele gustar
este coqueteo entre canción y cantante.
No todas lo consiguen, sólo
las que vienen de buena cepa; de un buen año de siembra y cosecha.
Es placentero dejarse llevar por la inercia del
balanceo de una canción que, después de tantos conciertos, noches y escenarios,
descubres que la hiciste tú. La descubres y la aprecias en lo que vale, cuando
te sorprendes a ti mismo jugando con sus acordes en la intimidad de tu casa;
improvisando sin tiempo ni medida, y sin dejar de ser aquella canción sin
pretensiones que una vez escribiste para pasar el rato
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