domingo, 8 de enero de 2017

Se me fue la pinza

                               
                                
                  El beso de madera 

                                                              

La playa de Tarifa, la del paseo, está a unos 200 metros de la casa de unos amigos donde, cada cierto tiempo, me dan cobijo y amistad.
Acababa de llegar de esa playa con mi cámara de fotos bien alimentada de luz, paisaje y atardecer.
En la casa no había nadie. Por la ventana, desde donde se ve Marruecos y parte del mar que lo separa de la península, entraba el rescoldo del último suspiro de un atardecer de Septiembre.
Me senté en una especie de taburete de patas muy cortas, pero de agradable asiento, que está pegado a la pared que le sirve de respaldo. Sobre la amplia mesa del salón, delante de mí, estaba la bandeja de madera tallada donde se mezclaban llaves, algún cargador de móvil y objetos de distinto pelaje y uso diario.
Era un buen momento, había tranquilidad y yo tenía ese plácido y suave cansancio que te procura caminar frente al rompeolas.
Encendí la cámara y cuando me disponía a repasar el muestrario de paisajes que traía, me llamó la atención algo tan anodino y usual como es una pinza de la ropa.
Lo único que estaba fuera de esa bandeja era esa pinza gastada, vieja y descolorida que contrastaba con el brillo y el color intacto de la mesa de teca.
Le hice una foto tal cual estaba, tendida sobre la mesa. Después la puse de pie y le hice algunas fotos más; pero,
al mirarla detenidamente, vi una pequeña escultura cuyas piezas de perfil y enfrentadas una a la otra, parecían besarse. Incluso la prolongación hacia arriba del muelle, rodeaba por una imaginaria cintura a ambas piezas. Bien podía llamarse ¨El beso de madera¨.

A partir de ahí, no la veía como una sola pieza, eran dos condenadas a entenderse.
Sólo comencé a verla como lo que era en realidad, cuando su color blanquecino (canoso) y su muelle oxidado me contaban que esa pinza llevaba mucho tiempo en esa casa.
En muchas ocasiones, cuando se interrumpía ¨el beso de madera¨, era para luchar contra la fuerza del aire tarifeño; ese que lima las esquinas, aulla en las rendijas y rasga las sábanas antiguas.
Puesta ahí ¨de pie¨ delante de mí, parecía decirme que estaba cansada y que esperaría la ventolera más furibunda para aflojar y dejar que se la llevara hacia el estrecho y flotar hasta desaparecer entre los atunes, donde naufragan las pateras.

En esas estaba cuando oí que abrían la puerta de la calle y entraban mis amigos. Nos saludamos y fui al cuarto a guardar la cámara, mientras tanto, me preguntaron  por la fotos de la playa; les comenté que no se dio mal, que ya se las ensañaría.
Cuando volví al salón, ya no estaba la pinza; era probable que la hubieran puesto en la cesta con las demás.
Ya era casi la hora de la cena, y mientras poníamos mantel y cubiertos, pensaba en una frase muy popular, que a veces utilizamos y que está de moda: ¨Se me fue la pinza¨.

Nunca fue tan literal.

                                                                                                                                            ...